Fernando Mires - EL DILEMA VENEZOLANO

La oposición venezolana venía de un largo viaje de regreso. Desde el 2015 -dada la epidemia abstencionista que comenzó a incubar bajo la dirección del llamado G-4 – no enfrentaba con seriedad un evento electoral. El 2018 esa oposición regaló el gobierno a Maduro. Ningún pretexto pudo ocultar lo que las primarias de 2023 revelaron: que esa oposición no tenía candidato porque nunca llegó a alcanzar un mínimo acuerdo para tener uno. Dominada por sus sectores más extremistas, fue forzada a participar en un proceso insurreccional que no tenía ni sabía como enfrentar. El año 2019, cuando masas enfervorizadas se juramentaron ante Guaidó en su calidad de presidente de la AN asumiendo un tropical interinato que desconocía la legalidad de Maduro, y poniendo un extraño “fin de la usurpación” como primera meta, profundizaría aún más el desmembramiento de partidos que lo único que sabían hacer -y lo habían hecho bien– era participar en elecciones.

El fin del “gobierno interino” apoyado y financiado por Trump desde los EE UU, pareció poner fin a una fase de locura colectiva. Atrás quedaban los “macutazos”, los intentos de golpes de estado (15-A), las frases desarticuladas de Guaidó en representación de su ventrílocuo Leopoldo López, los frentes amplios de la “clase académica”, los embajadores imaginarios del presidente imaginario, y tantos otros episodios que hoy nadie quiere recordar en la oposición venezolana, entre otras razones porque tampoco nadie quiere someterse a crítica, ni mucho menos –salvo frases aisladas de Capriles y Rosales– a autocrítica. Fue así, como de pronto, en medio del descrédito más grande, cuando todo esa faramalla desapareció, el G 4 redescubrió la vía electoral, llamando a primarias para definir al candidato que enfrentará a Maduro en la contienda presidencial del 2024.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho. De los partidos que lograron el grandioso triunfo del 2015, el de de la Asamblea Nacional, solo quedaban las “sombras de un viejo pasado que no volverá”, superestructuras sin estructuras, repetidores incansables de frases vacías. Razón de más para pensar que el triunfo rotundo de María Corina Machado no solo fue un resultado de sus innegables aptitudes, sino también de la inexistencia fáctica de los partidos de oposición. 

Las primarias no fueron como suele ocurrir en casi todos los países, contiendas inter y extra partidarias, juego de ideas y de posiciones, sino una ceremonia de consagración (estuve a punto de escribir: coronación) de MCM. Líder, pero todavía no candidata. La razón la conocen todos: una eventual candidatura de MCM será imposible mientras ella permanezca legal o ilegalmente inhabilitada (para un gobierno anti-democrático como el de Maduro los límites entre lo legal y lo ilegal son difusos).

Las primarias, llamadas a generar una candidatura, parieron en su lugar un liderazgo. Si la líder se convierte en candidata es, por ahora, lo dijo ella misma, un objetivo. Pero ese objetivo, eso no lo dijo, no solo depende de ella sino de la voluntad del presidente Maduro, un putinista brutal que puede convertirse sin problemas en un Ortega o en un Lucashenko si la ocasión lo exige. 

Todos saben que lo último que haría Maduro en su vida sería volver a habilitar a MCM. Nadie es tan ingenuo -Maduro tampoco- como para regalar al enemigo la daga con la que será degollado. Entonces, ¿por qué MCM fue elegida candidata de la oposición venezolana?

Dejando de lado el hecho de que en los comicios no participó toda la oposición, lo que es usual en primarias, el título que le otorgó el resultado fue el de líder, no de candidata. Y como resultado del liderazgo, no al revés, un movimiento: el movimiento de MCM, nacido más allá de los partidos, incluyendo el suyo, Vente. En ese sentido, la votación a favor de MCM no solo fue un NO a Maduro; fue también un rotundo NO a la partidocracia opositora venezolana. Ahora, ¿por qué un Sí a Machado?

Hay varias razones que explican el ascenso de Machado. No vamos a negar sus dotes personales. Pero estas no habrían servido de nada si ella no se hubiese postulado en la hora de defunción de los partidos. No fue MCM quien arrasó con los partidos, como tanto se ha dicho, sino la ruina de estos fue lo que llevó a MCM al pedestal del liderazgo. En síntesis: MCM es líder de un movimiento post- partidista, elegida para encabezar épicamente la habilitación de su inhabilitada candidatura, como paso que llevaría al fin del gobierno Maduro. Y al igual que Guaidó en su hora de oro, “hasta el final”. Ahí reside el dilema que  deberá enfrentar más temprano que tarde la oposición venezolana: o se embarca en una lucha inútil por la habilitación de MCM del mismo modo como durante Guaidó se embarcó en una lucha inútil por "el fin de la usurpación", o busca una alternativa electoral dentro del marco de lo posible, lo que nunca, bajo un gobierno como el de Maduro, será lo óptimo.  

El hecho de que Maduro haya decidido anular las primarias de la oposición muestra no solo su no aceptación del resultado, también su deseo de llevar a la oposición a una confrontación sin salida. Ese es, está de más decirlo, el escenario que más conviene a Maduro. La oposición verá si acepta su lógica. Hay otra posibilidad: basta pensar en lo que ocurrió en Barinas. Maduro puede inhabilitar a candidaturas, pero no puede hacerlo hasta el infinito. La inteligencia política -así ha sido demostrado en diversos países- no consiste en jugar según las reglas del adversario, aunque tampoco ignorarlas. Pero sí, volverlas en su contra. 

Por lo menos la oposición tiene en María Corina Machado, sino una candidata, un liderazgo.  Que ella lo sepa ejercer, es todavía una incógnita. Hay en la historia moderna líderes que han sido primero líderes y después candidatos (Valesa, Mandela, Churchill) y otros que han sido candidatos y después líderes (Perón, Allende, Chávez). MCM es una líder de quien no sabemos si será candidata. Probablemente, si las cosas están dadas como hoyno. No lo será.

Nadie, es cierto, puede conocer la realidad política del 2024. Pero si MCM da la lucha por su candidatura –y la dará- y no la logra, ella tendrá que elegir entre ser quien llevó a una destrucción apoteósica, o quien, en el momento oportuno, abrió las condiciones electorales para desalojar a Maduro y a su corrupta corte del poder. Lo segundo no parece todavía probable. Lo primero está comenzando a ocurrir. 

No hacer lo que el enemigo quiere que tu hagas será siempre imperativo de ese arte de lo posible, al que llamamos política. Convertir la lucha electoral (donde el gobierno puede perder) en la lucha por la habilitación de MCM (donde el gobierno puede ganar) es lo que el gobierno espera. 

El mesianismo no es la solución, el mesianismo es el problema.


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