Fernando Mires - TRUMP Y EL DESCENSO DE OCCIDENTE
Prevalece la idea de que su gobierno es atrabiliario e imprevisible. Cambia de opinión todos los días, uno no sabe a que atenerse, piensan muchos. Puede que así sea. Sin embargo, la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) por el gobierno norteamericano, ha dado la razón a lo que hemos venimos sosteniendo: Trump, y por ende el trumpismo, comparten una visión de la historia, cuyos objetivos apuntan hacia la constitución de un nuevo orden mundial. Nos referimos a una nueva repartición del poder global entre tres imperios formados durante el siglo XXl: el chino, el ruso y el norteamericano, tres en torno a los cuales se alinean la mayoría de las naciones de la tierra, núcleo de un nuevo orden internacional diferente al configurado después de la segunda mundial. El de ahora, el que viene, en lugar de ser bipolar, será tripolar, y probablemente, los textos de los historiadores del futuro nos hablarán de la “era de los tres imperios”.
La ESN, aunque así no parezca, es una proposición de orden en medio del caos formado después de la aparición de la globalización económica, del fin del comunismo y de las revoluciones democráticas de los siglos XX y XXl LAS que abrieron el paso a la era de la digitalización y de la inteligencia artificial. “Una revolución que nadie soñó”, para decirlo con el título de un ya antiguo libro de mi autoría.
HACIA UNA NUEVA REPARTICIÓN DEL MUNDO
La idea de un nuevo orden ha sido, desde el imperio romano, ideología y obsesión de grandes imperios; desde la antigüedad hasta nuestros días, pasando por el napoleónico, el hitleriano, el comunista, el chino, el ruso poscomunista, hasta llegar al proyecto imperial trumpista.
Trump se ha sumado a las obsesiones imperiales de sus colegas Xi y Putin y espera concordar con ellos en la fabricación de un orden que rija los destinos del mundo. La ESN, vista así, es una proposición geoestratégica cuyo sentido será determinar las fronteras territoriales y económicas que, según Trump y los suyos, corresponden a los Estados Unidos, fronteras que Trump propone defender por todos los medios, incluyendo, por supuesto, a los militares.
Probablemente más de algún presidente norteamericano soñó alguna vez con la dominación mundial de los EE UU. Sin embargo, el proyecto (o plan, o estrategia) de Trump es, si se quiere, más modesto. Los redactores de la ENS se contentan aparentemente con fijar los límites de la expansión norteamericana alcanzada a lo largo de decenios. Su texto parece decir: señores rusos y chinos, este, al que llamamos hemisferio occidental, es y será mi imperio. No se metan en este hemisferio que ustedes no tienen nada que hacer aquí.
El texto de la ENS provocó conmoción en los gobiernos democráticos de Europa, pero en Japón, en Taiwan, en Corea del Sur, no pocos políticos deben haberse preguntado: Y nosotros, ¿donde nos metemos? Ese temor podría haber sido disipado si la ENS hubiera sustentado la tesis de que su repartición del mundo es un programa mínimo, por una parte, y por otro, que el concepto hemisferio occidental es más político que geográfico y, luego, abarca a todas las naciones que se sientan parte del hemisferio controlado desde Washington; independientemente de su lugar geográfico.
Interesante en cualquier caso fue constatar que la proposición de la ENS, en donde los Estados Unidos fijan los límites de su dominación, contó con la anuencia de la Rusia de Putin. Cabe anotar que el portavoz de Putin, Dimitri Peskov, se apresuró a decir del documento: “es coincidente con nuestra visión; sirve para establecer la estabilidad estratégica con Rusia”. Algo así como, dejaremos a Trump los espacios de dominación europeos y latinoamericanos siempre que él esté de acuerdo en no molestarnos en nuestros propios espacios euroasiáticos”. No lo mismo pudo decir Xi, pues todos sabemos que los espacios de China no son principalmente geográficos, como los de Putin, sino esencialmente económicos.
LA MODERNIZACIÓN DEL IMPERIO NORTEAMERICANO
China no piensa, salvo quizás en Taiwán y solo si se le dan las cosas, en invadir naciones apadrinadas desde Washington; le basta con ocupar los mercados occidentales de donde provienen adhesiones que alguna vez podrían generar alianzas políticas. En ese entendido, el imperio chino es más global que internacional. Eso quiere decir: a China no interesa tanto apoderarse de territorios sino de mercados, y estos son globales, o lo que es igual, transnacionales. Esos territorios abstractos de la economía también quiere ocuparlos Trump, pero para que eso sea posible, necesita ocupar primero espacios territoriales que son vitales para los EE UU. Trump, no nos engañemos, pone la política internacional al servicio exclusivo de la expansión económica de su país.
La hegemonía que ejerce China en los BRICS en términos económicos y en el Sur Global en términos geopolíticos no pasa necesariamente por delimitaciones territoriales. El de China, si lo miramos así, es un imperio posmoderno, mientras Rusia es un imperio pre-moderno y los Estados Unidos un imperio puramente moderno. Desde ese punto de vista moderno nos explicamos por qué la base del discurso geoestratégico trumpiano está cementada, como lo esclarece la ENS, por la existencia de naciones-estados. En ese sentido no se trata de una lucha en contra de la globalización, como ha tratado de venderla Trump en diversas ocasiones, sino de una lucha de determinadas naciones-estados por el control de la globalización. Trump mismo es un aliado de las elites tecno-económicas supranacionales, pero a la vez representante de una nación-estado: la más poderosa de toda la historia universal.
De acuerdo a una visión propia a los inicios de la modernidad, toda nación-estado debe resguardar sus intereses en contra otras naciones-estados. De este modo, solo las naciones con estados bien constituidos están facultadas para formar parte de la competencia mundial. Los que no han alcanzado ese estatus son, en las propias palabras de Trump, “países de mierda” o, para decirlo en el lenguaje más culto de un Hegel, “naciones sin historia”, pero no porque no tengan pasado, sino porque no tienen plena existencia como naciones debido a la debilidad de sus estados. Desde esa perspectiva a Trump le da igual que las naciones con las cuales deberá contraer compromisos sean antidemocráticas o democráticas. Lo importante es que sean unidades de poder competitivo. Su obsesión en la lucha en contra de los emigrantes. por ejemplo, proviene, en gran medida, de una visión naturalista de la historia.
EL DERECHO DE LOS MÁS FUERTES
Estados Unidos, como potencia mundial, lo ha dicho varias veces Trump, no debe ni puede hacerse cargo de las miserias humanas que provienen de estados fracasados, tesis que comparte Trump con el muy católico JD Vance. De ahí el desprecio con que se refiere a Europa, a la que ve como una civilización en crisis. De esa crisis solo sobrevirán los países fuertes, los que sepan reconocer a tiempo los peligros que se ciernen y acepten someterse a los dictados que provienen de EE UU. En ese punto, quizás está de más decirlo, Trump coincide plenamente con Putin más que con Xi. Para el dictador ruso Ucrania es parte de Rusia y no de Europa – no se ha cansado de decirlo – y, por lo mismo, Rusia tiene todos los derechos culturales para incorporarla nuevamente al tronco común y originario.
Putin no ha escrito ninguna ENS, pero en su texto ya clásico sobre Ucrania podemos comprobar que el ideario de Putin es muy similar al de Trump. Así como Latinoamérica pertenece a la dominación norteamericana, los países que ayer formaron parte territorial de la URSS pertenecen al reservado natural de Rusia, debe pensar el dictador ruso. Por esa misma razón Trump, al erigirse como árbitro entre Rusia y Ucrania, ha renunciado a sumarse a la defensa europea de Ucrania, y por lo mismo, si no él, por lo menos sus seguidores inmediatos como JD Vance, a los que se ha sumado desde su nube tecnoeconómica Elon Musk, consideran a la Unión Europea como una institución negativa que debe desaparecer cuanto antes: un bastión de lo que ellos llaman “democracia liberal” y por lo tanto antinacional y antinacionalista.
LA EUROPA DE TRUMP
La ENS no está en contra de Europa sino en contra de los gobiernos democráticos europeos representados por la UE. Según la ENS los aliados europeos de los EE UU deben ser los nacionalistas y patriotas, vale decir, ese conjunto de movimientos y partidos enemigos de la UE, partidarios de naciones-estados fuertes dominadas por líderes más autocráticos que democráticos, los que deben sumarse a la lucha en contra de los emigrantes, de la decadencia cultural, de los enemigos de la familia tradicional y luego erigirse como naciones cuyo objetivo es ser “grandes otra vez”. En ese punto, Trump vuelve a coincidir con Putin.
En el hecho Trump no solo busca deshacer su alianza con la Europa democrática sino, además, convertirse en un aliado estratégico directo de la Rusia de Putin en la repartición del mundo que hoy está teniendo lugar. Por esa misma razón, tanto Trump como Putin reniegan de una legislación internacional que, según ambos mandatarios, se ha vuelto obsoleta. Así navegan ambos presidentes, sin problemas, en medio del mar de la a-legalidad.
Las únicas leyes que reconocen Trump y Putin son supuestas leyes naturales, las que estipulan que el mundo pertenece a los fuertes y no a los débiles. Para decirlo en modo sintético, así como Trump parece dispuesto a dejar a Ucrania en manos de la soberanía rusa, Putin no se hará problemas (aparte de un par de palabras de condena formales, claro está) si Venezuela, Cuba o Nicaragua son incluidas en el marco no demasiado virtual de la soberanía norteamericana. Putin seguramente debe pensar: al fin y al cabo eso es lo mismo que yo quiero hacer con Ucrania.
Con respecto a Europa, la ENS se pronuncia efectivamente por alianzas puntuales y bilaterales entre estados-naciones que no se encuentran bajo la soberanía de una burocracia internacional como es, según su redacción, la que domina en la UE.
Las naciones-estados son para Trump unidades orgánicas vivientes y, como tales, solo pueden avanzar en la lucha por la sobrevivencia donde solo podrán imponerse los más aptos, siempre y cuando reconozcan sus intereses objetivos. El propósito de Trump, de eso no deja duda la ENS, es incluir a Europa en su área de dominación mundial, pero no como conjunto, sino solo a aquellas naciones que sobrevivan en contra del cosmopolitismo cultural (migraciones) y de la consiguiente decadencia moral y cultural que de ahí, según Vance, se deriva. A Trump, no hay que olvidarlo, le importa poco o nada si las naciones con las cuales contrae compromisos son democráticas o no. Nunca va a arriesgar nada apoyando a democracias si ese apoyo no se traduce en ventajas económicas para los EE UU.
Queremos que Europa siga siendo europea, afirma Trump, pero cuando lo dice se refiere a la Europa que existía antes de la primera guerra mundial, la misma que estuvo a punto de suicidarse cuando en lugar de encontrar puntos comunes, fueron privilegiados interesases nacionales y nacionalistas. Esa es también la Europa que añoran los “partidos patrióticos” como Agrupación Nacional, Fidesz, Vox, “los hermanos de Italia”, AfD.
Una Europa de las naciones y no una Europa de la unidad es la que privilegian Trump y Vance. Para Trump, así como para Putin, la Europa no-democrática es la que está destinada a sobrevivir. Dicho en breve, una Europa dividida, nacionalista, belicista y subordinada a los intereses de los EE UU.
Cierto, ni Trump ni Vance se pronuncian en contra de la democracia como forma de gobierno. Incluso Vance, un hombre que jamás ha dicho una sola palabra en contra de la violación a los derechos humanos cometidos por Rusia, se queja de la “falta de libertad de expresión” en las democracias europeas. Pero a la vez, ni Trump ni Vance se pronuncian a favor de la defensa de las democracias europeas. En el fondo, no les interesa. Si alguna vez entran en guerra con Rusia, la culpa será de ellas, no de Rusia.
Con toda razón el Papa León XlV, en nombre de una Iglesia cuyos orígenes son apostólicos y romanos (es decir, occidentales) se ha referido a los peligros que provienen desde los Estados Unidos al fomentar la desintegración geopolitica de Europa la que tendrá lugar cuando los partidos “patrióticos” (culturalistas y racistas) sigan sumando votos en un avance que parece ser imparable. Textual: “Creo que los comentarios que se han hecho sobre Europa en entrevistas recientes intentan romper lo que considero que debe ser una alianza muy importante hoy y en el futuro”.
LA POLÍTICA AL SERVICIO DE LA ECONOMÍA
Trump aduce que Europa está a punto de desaparecer como civilización; sepa Dios lo que quiere decir con eso. Pero si Europa se fragmenta, será un resultado de la ruptura de la Alianza Atlántica propiciada desde los propios EE UU. Una alianza que se constituyó en defensa de la amenaza del comunismo soviético, que ahora no existe. Los enemigos de los EE UU y de Europa ya no son los mismos, dirán los partidarios de Trump. Y desde un punto de vista formal, puede que tengan razón. Los enemigos no son los mismos pero, a la vez, cuando el comunismo existía como amenaza internacional, los gobiernos norteamericanos vieron esa amenaza no solo como alternativa para defender sus intereses, sino también para defender a las democracias europeas ligadas históricamente a la democracia norteamericana. EE UU con todas las tropelías que cometió en el sudeste asiático y en el continente sudamericano fue entendido por sus gobernantes como la vanguardia político-militar del mundo democrático. A Trump no le interesa asumir ese rol. A diferencias de Biden, la contradicción entre democracias y dictaduras le importa un bledo.
Cuando una vez J. F. Kennedy mirando al muro de Berlín dijo: “Ich bin ein berliner” no lo dijo literalmente. Lo que dijo, y todo el mundo lo entendió, fue: “entre Europa y los EE UU existe una “comunidad de destino”. Pues bien, esa “comunidad de destino” ha dejado de existir bajo Trump. Desde ahora en adelante ningún país democrático puede esperar solidaridad de Trump solo porque sea democrático. La contradicción entre democracia y dictadura, tan cara a algunos presidentes norteamericanos, ha dejado de existir.
Las alianzas para Trump no son políticas. Son en primer lugar económicas, en segundo lugar militares. La defensa del hemisferio occidental de acuerdo a la doctrina que propaga la ENS se refiere solo al occidente económico, no al occidente político.
En cierto modo Trump está aplicando hacia Europa la misma estrategia que aplicara en el pasado EE UU con respecto a América del Sur. Las intervenciones llevadas a cabo por los EE UU no fueron realizadas en defensa de la democracia sino, en primer lugar, en defensa de la hegemonía norteamericana en la región. En Europa hará lo mismo. Solo intervendrá allí cuando los intereses norteamericanos se encuentren amenazados. Trump, por ejemplo, no ve en la Rusia de Putin ninguna amenaza para los EE UU como sí lo ve en la expansión de la economía china hacia Europa y América Latina. Que los europeos se las arreglen como puedan en la defensa de sus fronteras, parece decirnos Trump. Al fin y al cabo, en su visión, el Occidente político no existe; solo existe el Occidente económico al que él llama “hemisferio occidental”. Y si Europa, por muy democrática que sea, se alinea –como está sucediendo- con la economía china, pues, que pague las consecuencias.
DE LA DOCTRINA MONROE A LA DOCTRINA TRUMP
Con respecto a América Latina, Trump se ve a sí mismo como continuador de la doctrina Monroe. Una analogía muy forzada, por lo demás. La Doctrina Monroe, cuando nació, a fines de 1823, fue considerada como una continuación de la lucha sur y norte americana en contra de la Europa imperial y colonial, y en cierto modo también como la continuación de la lucha independista librada primero por los EE UU en contra de Inglaterra y después en América Latina en contra del imperio español. Fue después, en 1904, mediante el corolario Roosevelt, cuando EE UU se arrogó el derecho a intervenir directamente en los países latinoamericanos. Esta actitud de defensa y autodefensa amainó con el fin del imperio británico y solo renació, no como continuación de la doctrina Monroe en 1949, pero sí como doctrina Truman (1949) en contra del avance mundial del imperio soviético. La doctrina Kissinger de los años sesenta y setenta surgió, después de la derrota norteamericana en Vietnam, como un proyecto para mantener un equilibrio inestable entre la URSS, los EE UU y el nacimiento del imperio chino.
El intento de hacer renacer la doctrina Monroe en condiciones diferentes a la de los tiempos de Monroe solo puede entenderse como formulación solapada para imponer en América Latina una doctrina a la que sin complicaciones podríamos llamar doctrina Trump. Esta doctrina establece, de acuerdo a la ESN, que EE UU se reserva el derecho a intervenir en América Latina si algunos de sus países llegan a convertirse en puntas de lanza de potencias enemigas, en contra de, como dice Trump: “nuestra patria” …. “para proteger nuestro acceso a geografías claves” (léase, economías claves).
Así, y solo así, podemos entender que las amenazas de Trump a Venezuela, el desplazamiento de contingentes guerreros hacia el Caribe y sus anunciados propósitos intervencionistas, no son caprichos pasajeros de Trump, sino la puesta en práctica de una doctrina geoestratégica claramente formulada en el texto de la ESN. En ese entendido, la guerra en contra del narcotráfico no pasa de ser un ornamento ideológico para dar legitimación a la eliminación de un estado potencialmente enemigo como es el venezolano, y desarticular, con el asentimiento del propio Putin, las vinculaciones que ha tejido la dictadura de Maduro con naciones enemigas de los EE UU como son China, Irán y Cuba.
¿Por qué Venezuela y no Cuba o Nicaragua? Por una razón muy sencilla: la de Venezuela no solo es una de las dictaduras más corrupta del mundo, además es la más ilegítima. Ningún gobernante del mundo, incluido Putin, defenderá con énfasis a la dictadura de Maduro. No hay nadie que no sepa que el mantenimiento de Maduro en el poder se debe exclusivamente a uno de los más horrorosos fraudes electorales cometidos en la historia universal, uno solo comparable a los que ha llevado en su país, Bielorrusia, el tirano Lukaschenko, pero cuyo territorio no interesa a los EE UU de Trump.
La intervención militar que probablemente llevará a cabo Trump en Venezuela, no sabemos cómo ni cuando, será vista por gobiernos latinoamericanos afines a Trump y por sectores de la oposición venezolana que por ahora lidera María Corina Machado, como una expedición libertadora. No obstante, lo que interesa a Trump, lo deducimos de las propias páginas de la INS, no es liberar a Venezuela, sino aventar un peligro estratégico por una parte, y por otra, sentar un ejemplo en América Latina por si se da el caso de que en alguna otra nación un gobernante intente escapar del Hemisferio Occidental, según Trump. Invitando a una intervención norteamericana en su país, María Corina Machado dijo en Oslo, “Venezuela ya está invadida”. Por lo tanto, ahora se trata de liberarla.
Es evidente que en sentido textual, si hablamos en serio, Venezuela no está invadida, simplemente ha sido conducida por su dictadura fuera de la órbita del “hemisferio trumpista”. O dicho en breves palabras: Si tiene lugar una intervención militar norteamericana en Venezuela no será porque Trump ame a las democracias, tampoco será para combatir el narcotráfico ni para detener la ola migratoria que proviene de esa desventurada nación, sino para restaurar la órbita de dominación norteamericana de la región en contra de intereses globales que provienen de otros imperios. De paso, Trump, siguiendo la partitura de la INS, podrá alistar militantemente a gobiernos llamados de la derecha extrema -versiones latinoamericanas de “los patriotas” europeos- en la lucha por “la defensa del hemisferio occidental”.
Definitivamente: tenemos que aprender a diferenciar los hechos de sus ideologías.
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