Fernando Mires - EN CONTRA DE LA BIPOLARIDAD POLÍTICA
21.09. 2021
Política es comunicación política. Por comunicación no nos referimos solamente a una relación dialógica sino también, antagónica. Mal ha sido entendido en ese punto el clásico de Carl Schimtt Der Begriff des Politischen (El Concepto de lo Político) libro en el cual el eximio jurista establece la relación de amigo-enemigo como esencia de lo práctica política.
1. De acuerdo a las almas buenas, la relación de enemistad pertenece a la guerra, no a la política. Pero para el hobessiano Schmitt, al provenir la política de la guerra, conserva gran parte de su lógica. Efectivamente: la política es, para Schmitt, guerra sin armas. Y vista así, mantiene la relación amistad (con los míos) y enemistad (con los otros) como la razón que da sentido a su existencia. Sin enemistad declarada, no hay política, es el lema de Schmitt. Enemistad política que no ha de confundirse jamás con la enemistad personal. En ese punto Schmitt fue enfático.
Ni soldados ni políticos han de odiarse, so pena de perder su profesionalidad. Por eso, tanto en la guerra como en la política, los enemigos deben conocerse entre sí (eso no lo dice Schmitt). Hecho que supone establecer nexos comunicativos. El soldado y el político que ignora a su enemigo está condenado a perder. De ahí que nunca podrá entenderse la aversión que sentía Schmitt hacia la democracia parlamentaria hecha explícita en su libro Die geistige Grundlage des Parlamentarismus (El fundamento espiritual del parlamentarismo).Pues el parlamento y no otra institución es el campo de batalla de la política representativa. Es que no hay otro. Al interior del parlamento surgen alianzas para derrotar al enemigo, discursos para descalificar al enemigo, mayorías para convertir en numéricamente inferior al enemigo.
Naturalmente, el parlamento puede dilatar decisiones, o por momentos transformarse en un circo de representaciones vacías, características que observara Schmitt (al igual que Max Weber) en la desordenada República de Weimar. Pero sin parlamento no hay lucha política. Sin parlamento, o el pueblo se representa a sí mismo en las calles, o llega a ser masa anómica a disposición de los caudillos de turno. Sin parlamento, la política solo puede ser populista.
Los movimientos populistas pueden ser detectados por la posesión de tres características. Una relación alucinada (irracional) entre líder y masa, una carencia absoluta de debates entre enemigos políticos y, por lo mismo, un desconocimiento del parlamento el que, o es convertido en un cascarón vacío o en una prolongación servil del poder ejecutivo.
No obstante, y para poner las cosas en su lugar, podríamos afirmar que no es la crisis de la vida parlamentaria la que lleva a las crisis políticas sino al revés: son las crisis políticas las que conducen a la devaluación del parlamento. Para fundamentar la idea será preciso tener en cuenta que el parlamento es una institución democrática y no democrática a la vez. Democrática, porque permite a través de los partidos representar la demandas del pueblo. No democrática, porque inhibe la radicalización que supone la representación del pueblo por sí mismo. La “toma” del Capitolio por las turbas trumpistas -para poner un ejemplo muy reciente – permanecerá como testimonio gráfico de como la radicalización de la democracia puede llegar al punto en el que esta puede destruirse a sí misma.
Vuelvo entonces a mi afirmación preliminar: si el parlamento no cumple sus funciones políticas es porque el problema está fuera del parlamento. O dicho de otro modo: cuando no hay comunicación política fuera del parlamento, difícil es que pueda haberla dentro. Si una sociedad, en el exacto sentido del término, ya no está asociada sino disociada, ni el mejor parlamento del mundo puede representarla. Eso fue lo que no entendió –o no quiso entender– Carl Schmitt. Por eso insistimos: la comunicación política pasa –y este es el punto en el cual sí podemos estar de acuerdo con Schmitt– por la configuración de una relación de enemistad radical. Aunque, ojo: la palabra relación es importante. Pues una enemistad sin relación corresponde a una sociedad política polarizada, dominada por extremos, no solo incapaz de llegar a acuerdos sino de disputar posiciones entre sí.
No se trata, como se dice comúnmente de que los extremos se tocan sino de todo lo contrario. Cuando los dos extremos no se tocan no puede haber comunicación y sin comunicación no puede haber política. La enemistad política es intercomunicativa, diría Habermas. Requiere de capacidad para movilizarse desde los extremos hacia el centro. Un centro que a su vez solo puede surgir de la confrontación y del enfrentamiento. De “un frente a frente”y no de “un yo acá y tú allá”. Por lo mismo, hablamos de un centro que no está en el medio ni situado en un punto fijo sino de un centro dinámico desplazado transversalmente a través de los partidos. Sin ese centro no hay lucha política. La conclusión es muy sencilla: ese centro es la política.
2. La experiencia histórica indica que cuando una mayoría política ha sido desplazada hacia un polo, lo más probable es que el gran favorecido sea el otro polo. Y bien, contra esa polaridad ha advertido recientemente Angela Merkel en Alemania. Cuando respaldó al candidato de su partido afirmó que el gran peligro que acosa a Alemania no es que el candidato socialdemócrata Olaf Scholz (favorito en todas las encuestas) alcance la mayoría en las próximas elecciones, sino que para gobernar podría requerir de una coalición con el partido Verde y la Linke, este último, un partido doctrinario que no oculta posiciones extremas, abiertamente anti- Nato, anti EE UU, anti EU y, por cierto, nunca en contra de Putin.
Lo que no dijo Merkel, pero posiblemente lo pensó, es que el paisaje político alemán pueda llegar a parecerse demasiado al español. Porque el problema eraresistir el peso de una coalición de izquierda-izquierda. El verdadero problema es que la formación de ese polo pueda fortalecer las alianzas de la derecha- derecha (la derecha social cristiana con la derecha proto-fascista de AfD).
El caso español lo demuestra: el ultraderechista VOX no habría aparecido si al gobierno no hubiese entrado el ultraizquierdista Podemos. Hecho que nos demuestra que no solo en la física, también en la política impera el principio de acción y reacción: un polo da forma a otro polo. Y así vemos como después del fracaso de Ciudadanos, la contradicción entre la izquierda y la derecha se parece a la de dos países en guerra. Una coalición entre conservadores y socialdemócratas como sucedió en Alemania, sería, por lo menos hasta el momento, impensable en España.
Mirando ahora hacia Latinoamérica podemos observar que, a diferencias de las formaciones políticas europeas que tienden a la despolarización, las latinoamericanas tienden a desplazarse por la vía contraria: hacia la polarización. No es este el sitio para extendernos en torno a las razones que han llevado a esa situación. Entre otras, podríamos mencionar las económicas y sociales en un sentido no determinista. Pues si bien la desigualdad social imperante no determina a la polarización política, por lo menos la condiciona. Podríamos también mencionar razones culturales, pues la mayoría de los líderes políticos obedecen a pautas heredadas del periodo colonial mediante las cuales es transferida a la política un sentido heroico de la vida, tan propio a la cultura pre-política de España. Y no por último, podríamos nombrar razones políticas de reciente data que han llevado a los partidos de izquierda a considerarse depositarios de la revolución y a los de derecha, de la tradición. La influencia de la revolución cubana fue en ese sentido tan nefasta que aún hoy izquierdistas y derechistas se asumen como enemigos mortales, miembros de ejércitos enemigos a los que es posible difamar, encarcelar o eliminar.
Como característica general podríamos anotar que en la región los partidos de centro (hacia la izquierda o hacia la derecha) parecen ser la excepción y no la regla. La política latinoamericana ha sido y sigue siendo bipolar, tribal e incluso endogámica (un matrimonio entre personas de izquierda y derecha, ya común en algunos países europeos, sería en los latinoamericanos inimaginable)
Una de las pocas excepciones a la norma general parecía ser la formación política chilena la que salvo algunas breves interrupciones, mantuvo desde los primeros decenios del siglo XX hasta llegar al golpe militar de 1973, una continuidad centrista que hizo que Chile fuera denominado “el país de los tres tercios”: una derecha, una izquierda y un centro movedizo y decisivo en las contiendas electorales.
3. Desde el fin de la dictadura militar hasta nuestros días, la formación política chilena ha sido aparentemente dualista: una izquierda centro (Lagos, Bachelet) turnándose con una derecha-centro (Alwyn, Frei Jr.) y al otro lado una derecha-derecha (Piñera). Desde el segundo gobierno de Piñera, sin embargo, ha comenzado a tomar forma desde sus propias filas una derecha-centro desconectada de una derecha muy de derecha (post-pinochetista, trumpista, bolsonarista).
Como es posible percibir, el centro como punto de gravitación política ha sido hasta ahora predominante. Ningún partido lo representa totalmente pero existe como instancia sobre-determinante en los dos bloques del dualismo mencionado.
La actual constelación, resultado de la rebelión popular y constitucional del 2019- 2020 ha hecho posible, sin embargo, el retorno de la formación política de los tres tercios, una muy similar a la que colapsó entre 1970 y 1973. Veamos: una izquierda-izquierda cuyo candidato es Gabriel Boric, una centro-izquierda cuya candidata es Yasna Provoste, una derecha- centro cuyo candidato es Sebastián Sichel. Al margen de esa derecha, una derecha-derecha representada por José Antonio Kast.
Dejando de lado la eventualidad efímera pero no imposible de que una de las candidaturas obtenga la mayoría absoluta, nos enfrentamos a tres posibles escenarios. En caso de que Boric no pase a la segunda vuelta, la contienda se daría entre una izquierda-centro (Provoste) contra una derecha más inclinada a la derecha-derecha (Sichel). En caso de que Sichel no pase a la segunda vuelta, el dilema se daría entre una izquierda-izquierda y una centro-izquierda. En caso de que Provoste no pase a la segunda vuelta, la contienda sería entre una izquierda-izquierda y una derecha-derecha.
En este último caso, se repetiría la polaridad destructiva, aunque bajo condiciones internacionales diferentes (sin guerra fría, sin revolución cubana) que tuvo lugar en 1970 entre Allende (36,63% y Alessandri (35,29%) y que obligó al centro-centro social-cristiano de RadomiroTomic (28,08%) a fraccionarse en dos partes. Un enfrentamiento electoral Boric-Sichel al reeditar la bipolaridad política de 1970 crearía las condiciones para la formación de una sociedad política bipolar, descentrada y no inter-comunicativa.
No en los extremos sino en el centro arde la vida política. Los extremos están al margen, el centro está dentro de la lucha.
Solo la inclusión de la candidatura de Yasna Provoste en una segunda ronda, sea contra Boric o contra Sichel, puede asegurar la mantención del centrismo histórico-político. Un centrismo que no sería el mismo de la Concertación (o Nueva Mayoría) pero que, de igual manera, podría prolongar por un tiempo más la estabilidad política que ha caracterizado al país. Una estabilidad que, pese a todos sus bemoles, siempre será mejor que cualquiera inestabilidad.
Ojalá los representantes de Chile en el cielo hagan todo lo posible para que los que habitan en el suelo no vuelvan a tropezar con la misma piedra.
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