No recuerdo si fue Konrad Adenauer o Willy Brandt quien dijo: “en una democracia todos los partidos deben estar en condiciones de formar coaliciones entre sí”. Tomé la frase por buena moneda hasta que observé que contiene un error, y es el siguiente: Para que en una democracia todos los partidos puedan coaligar entre sí, se requiere que todos los partidos en una democracia sean democráticos. Pero una democracia, para serlo, debe admitir en su seno a partidos no-democráticos e incluso permitir su introducción dentro del sistema político siempre que se acojan, aunque sea formalmente, a la legislatura vigente. Fue por esa razón que durante los gobiernos alemanes de post-guerra el partido nazi NPD pudo siempre presentar candidaturas electorales, siendo solo objetado cuando transgredía la normatividad jurídica en rigor.
Luego, si bien jurídicamente puede estar permitido formar coaliciones de gobierno con partidos no-democráticos, políticamente no puede estarlo si esos partidos proclaman la subversión del orden institucional y la integridad del estado nacional. Motivo que explica por qué en diversas democracias europeas existen los llamados “partidos parias”.
Para poner un ejemplo: el Frente Nacional francés puede participar en todas las elecciones que quiera, puede incluso llegar a ser mayoría, pero hasta ahora -pese a los esfuerzos de Marine Le Pen por civilizar a los más extremistas- ningún partido de la gran nación ha querido unirse con el lepenismo. El FN es entonces un partido paria. Tan paria que en las últimas elecciones los franceses tuvieron que inventar a Macron y a su partido En Marcha para impedir que Le Pen accediera al gobierno. Algo parecido sucede en Alemania frente a la creciente fuerza electoral que muestra AfD. Cuando más los ultraconservadores de la CDU/CSU se atreverían a coaligar después de algunas elecciones comunales pero nunca en regionales y mucho menos en nacionales, con AfD. Un partido paria puede ser definido entonces como un partido legalmente permitido pero -ética y políticamente- vetado.
En algunas ocasiones, es cierto, los partidos parias logran salir de su condición. Recuerdo por ejemplo cuando aparecieron Los Verdes en Alemania, nadie quería estar cerca de ellos, como si hubieran tenido lepra. Hasta que los socialdemócratas rompieron el tabú formando una coalición de gobierno bajo Gerhard Schröder. Hoy Los Verdes han avanzado mucho más: sus alianzas con la CDU/CSU no solo son posibles sino, además, necesarias (si se diera el caso -y probablemente se va a dar- de que los socialistas sigan hundiéndose más abajo del sótano electoral en donde ya están).
En fin, en una democracia existen partidos políticamente vetados. Por eso vetar coaliciones con los partidos independentistas de España, si se toma en cuenta que ellos apuntan hacia la desintegración del estado nacional, es lógico. Vetar en España al recién aparecido VOX por sus posiciones post-franquistas, xenófobas e incluso fascistas, también es lógico. Lo mismo con Podemos, un partido anti- UE que mantiene relaciones fraternales con dictaduras sudamericanas. Pero vetar a uno de los dos grandes partidos históricos como potencial aliado de gobierno, ya sea el PP o el PSOE, sería, por el contrario, una barbaridad. Pues bien, esa barbaridad -en su exacto sentido anti-político- ha sido cometida nada menos que por el dirigente de Ciudadanos, Albert Rivera, quien vetó al PSOE como futuro aliado en el caso de que Cs y PSOE alcanzaran en conjunto una mayoría pre-gubernamental en las elecciones de abril.
Algunos comentaristas sostienen de que se trata solo de una táctica cuyo objetivo es detener la migración de los votantes de Cs hacia el extremismo de derecha (VOX). Si es así, sería aún peor. Si después de vetarlo Cs intenta co-gobernar con el PSOE no pocos electores verán en la táctica de Rivera una traición, y eso cuesta caro a mediano plazo. En Andalucía se decía lo mismo y al final Cs tuvo que ser fiel a su promesa de no coaligar con los socialistas de la anti-sanchista Susana Díaz, para terminar gobernando hoy en alianza con el menguado PP y con el emergente VOX. “El frente de las tres derechas” (Díaz dixit). El regreso del PSOE, bajo esas condiciones, ya está programado en Andalucía.
Por lo demás, los llamados cálculos tácticos -suponiendo que eso fue lo que quiso hacer Rivera con su “veto”- deben ser muy bien pensados. Si intentó evitar la hemorragia de sus electores hacia el PP y hacia VOX, logrará lo contrario. La demoscopia enseña que cuando los electores deciden votar por la derecha, prefieren hacerlo por una derecha-derecha (PP y VOX) y no por una derecha a medias como la que intenta presentar Rivera al hacer abandono del centro-centro.
Naturalmente los riveristas de Cs (ya hay que comenzar a denominarlos así) no pueden disimular su indignación con Pedro Sánchez, un gobernante dispuesto a pactar con los secesionistas catalanes y vascos y con Podemos a la vez, es decir, con los enemigos de la integridad geográfica y política de la nación. Pero, y eso es lo que no supo o no quiso entender Rivera, el “sanchismo” no es todo el PSOE. Es solo una tercera fracción situada entre el socialismo tradicional de los seguidores de líderes como Felipe González y el izquierdismo representado por gente como Rodríguez Zapatero, tan lejos de Dios y tan cerca de Pablo Iglesias. Grave error de Rivera pues el arte político implica reconocer diferencias.
Con su veto Rivera ha logrado unificar al PSOE en torno a Sánchez quien comienza a subir en las encuestas a paso de vencedor. Peor aún: ha empujado a todo el PSOE hacia Podemos abriéndose así la posibilidad para el cumplimiento del sueño de Pablo Iglesias: un frente de izquierda en contra de un frente de derecha creado (sí, creado) por Rivera. Para Cs, un potencial suicidio. Con eso, el bi-partidismo, antes condenado por el propio Rivera, renacería convertido en un bi-frentismo que reposiciona positivamente a los dos extremos (Podemos y VOX). Bi-polaridad que Cs debería evitar a todo precio. Pues, si hay un campo donde Cs solo puede perder, es uno dominado por el principio de la polarización. En un campo políticamente diversificado Cs tiene en cambio todas las de ganar.
Distinto hubiera sido si Rivera hubiera dicho que su partido se encuentra abierto a conversar sobre temas de gobernabilidad con los dos partidos históricos de España, PSOE y PP, pero bajo las condiciones de que el primero se aleje lo más posible de Podemos, y el segundo lo más posible de VOX (Esa es al menos la posición de Manuel Valls en Cataluña). Y no por último, gran servicio habría prestado Rivera a Europa si su partido, al igual que el resto de las democracias liberales del continente, se hubiera alejado y no acercado a los extremistas de la derecha xenófoba y putinista.
Afortunadamente el centrismo liberal de Cs ha reaccionado a tiempo. En las primarias que tuvieron lugar en Castilla y León, fue derrotada -tras intento de fraude (“pucherazo”)- Silvia Clemente, candidata de Albert Rivera, recién fichada después de su salida del PP. El vencedor final fue Francisco Igea. No hubo, claro está, una rebelión en contra de Rivera. Pero ha sido la primera vez que Cs muestra públicamente disencias internas. Y si esas ocurren pocos días antes de las elecciones generales, hay que tomarlas en serio. Lo más probable es que si Rivera no le hubiese dado por convertir en paria a un partido fundador de la república moderna como PSOE, Clemente habría sido la ganadora. Quizás la candidata ya entiende que la votación a favor de Igea no fue en contra de ella.
Albert Rivera es un político joven con apostura de talentoso líder. Sn embargo, si sus casi naturales inclinaciones hacia el lado derecho se repitieran, podrían desestabilizar a su propio partido cuya fuerza deviene por una parte de su oposición a “los dos nacionalismos” -el regionalista y el centralista - y por otra, de su centrismo liberal y democrático, opuesto a toda polarización política.
Probablemente Rivera ya sabía que una política basada en principios sin apelar a tácticas y estrategias no lleva a ninguna parte. Ahora ya sabe que una política basada en estrategias y tácticas pero sin principios, solo conduce al “sanchismo”. Pero España ya tiene a Pedro Sánchez. Y con uno basta y sobra.
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