Fernanso Mires - PURO TEATRO








En este mundo académico cada uno representa una o algunas teorías. Hay algunos que incluso han producido sus propias teorías. ¿Qué es una teoría? Sin duda, es un sistema de representación del mundo. Luego se basa en una teoría para el mundo que incluye la teoría. Nuestro programa contiene una serie de teorías diferentes y de acuerdo con estos vívidos temas de la vida “profesional” que no se corresponden con el vivir. Ahora -ya ese punto voy- si trasladamos la noción de teoría hacia el mundo del espectáculo, la teoría sería un libreto que bien o mal aprendido recitamos en los escenarios de la vida. Como él dijo: “El fascismo es correcto, si piensas como fascista”. “Y el marxismo tiene razón, si piensas como marxista”.

This know, a good actor, también forma parte del propio lenguaje, pero se identifica con el texto que vincula intensamente el punto de la vida, y más del propio, la vida de la persona que el libreto ha firmado. Pero la identificación plena con el personaje nunca será totalmente lograda pes el actor nunca será el personaje. Con ello quiero decir que si seguimos el juego de este razonamiento nunca somos de un modo definitivo nosotros mismos ya que siempre subsiste un “resto” que no es de nosotros, sea una frase que recitamos, un sentimiento que ocultamos, una risa falsa, un llanto fingido o un orgasmo mal simulado.

La vida no está activa, representa. Y para cada representación se necesita un representante de uno mismo. Es una creación que crea un milagro que crea un “uno mismo” que representa al mismo, sin máscaras, sin subterfugios. Ese, se supone, es, o debe ser, el que actúa en el escenario del amor que, al ser del amor, debería ser también el escenario de la verdad.

Esto explica por qué nadie tolera la lupa de la manera en la que el nombre está en un escenario. El amor, el fin, es el escenario de una relación. Y toda relación, para que sea real, debe ser escenificada. Pero, suele suceder que la escenificación no siempre es convincente. Eso es lo que La Lupe llama “teatro, puro teatro”. Así, La Lupe coincide con Nietzsche y tiene una opinión diferente. Por eso me veo obligado a un exponente, aunque sea de un modo muy rápido, la “teoría” de Nietzsche acerca del origen de la tragedia.

Y la tragedia, según Nietzsche, nació del coro antes de que el coro fuera un coro. Porque en un comienzo todo fue coro. El coro eran sonidos, fiesta, bailes desbocados, catarsis colectiva, ditirambo. Esta era del Reino de Dionisios, la libertad pura y sin límites de seres que aullaban de alegría de vivir o gemían su muerte con alaridos de lobos sin estepa. Gracias por la alianza entre Dionisios y Apolo ya que son aullidos y alaridos fueron organizados unos junto a otros, adquiriendo ritmo, formatos, melodías. El nombre de la línea es: el teatro; otra, la de la música. El corazón orgiástico que hoy no tuvo era de coro fue transformado, gracias a la mediación de Apolo en simple canto que era la imitación de la propia naturaleza: canto del viento, canto de las aves, canto del trueno, canto del tú, canto de ti. Pero, como Nietzsche, Dionisios podía existir sin Apolo. Apolo, en cambio, no podía existir sin Dionisios. La música apolínea estaba en el fondo dionisiano, ya que Dionisiaco era el Bolero de La Lupe. Del mismo modo, el teatro clásico griego conservó en sus inicios el furor Dionisíaco.

Sin embargo, lo apolíneo fue separado alguna vez de lo dionisíaco. Dicha superación tuvo lugar, según Nietzsche, justamente en quien se considera el punto más alto de la representación teatral griega: Eurípides, quien significa para Nietzsche la capitulación de la tragedia frente a las normas, al orden, a la moral, a la religión, a la política ya la lógica. Pero, afirma Nietzsche, aquella tragedia que ocurría con la tragedia, no era sino una expresión de la decadencia helénica cuyo culpable director no fue sino Aristóteles, quien consumó en el pensamiento griego la separación definitiva entre cuerpo y alma, entre espíritu y materia, entre razón y ser.

Desde acuerdo a la mediación de Aristóteles, el pensamiento, para Nietzsche, alcanzó la primacía sobre el ser, hasta el punto en que el sería confundido con el pensamiento, hasta llegar al mismo Descartes -agrego yo- quien se convirtió al ser en puro pensamiento. Así, gracias a, o por culpa de Aristóteles, nos fuimos separados de la naturaleza, de la exterior y de la interior: la nuestra. El coro, que era el canto de la naturaleza, delegó su musicalidad a sus representantes (solistas) quienes, a su vez, relegaron al coro a un espacio marginal, y así nació el coro como hoy lo conocemos: el representante de la naturaleza que Canta desde de lejos acompañando a los representantes de la razón y del pensamiento. Ningún actor; apenas un murmullo lejano que avanza sigilosamente como un ladrón en la noche. Había, así, con el destierro del coro, puso fin a la tragedia. Nacio el teatro.

El teatro, según Nietzsche, es un simulacro de la tragedia. Simulacro, a su vez, es la palabra que usa La Lupe para delatar al amante mentiroso que usurpó su corazón para traicionarlo después. Más aún, La Lupe, con finura filosófica, postula: Y acuérdate que, según tu punto de vista, yo soy la mala. Con la transición que va desde la tragedia musical al teatro hablado, la naturaleza fue transformada en el “mal”. La razón en el “bien”. Ella, la mujer, representante de natura, era desde el punto de vista del mal actor, “la mala”. Pero con tu teatro, dice La Lupe, lo has revelado todo. Yo soy “la buena”. Tú eres “el mal”. Y yo soy la buena, porque no simulo. Tú haces teatro, puro teatro. Tú haces del amor, un simulacro.

El simulacro –aclaremos- no es una simple simulación. El simulacro es una ceremonia que se realiza como un remedo de un acontecimiento trágico ocurrido alguna vez, pero desprovisto de sus principales formas de existencia. Sacrificar un cordero es por ejemplo el simulacro de lo que fue una vez el sacrificio de un ser humano. Bailar una rumba es el simulacro de lo que fue una vez la imitación directa de las hojas mecidas por el viento. Las palabras poéticas del amor pueden ser el simulacro del deseo. Una obra de teatro es, según Nietzsche, el simulacro de la tragedia humana. Hacer puro teatro, como dice La Lupe, es hacer un simulacro de la vida. Perdona que no te crea, me parece que es teatro, dice con mucha clase La Lupe. Con ello afirma: el teatro no es la vida, es su simple simulacro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.

A veces pienso que el sentido verídico de la tragedia humana, ese sentimiento trágico de la vida al que se refería Unamuno y al que Nietzsche supuso perdido para siempre, subsiste, de todas maneras, en algunos lugares del planeta. De un modo vulgar y tosco hay algunos boleros que en su simpleza natural, sobre todo cuando son cantados por hembras bravas como La Lupe, revelan el dolor y el rencor profundo que se esconde debajo de los modales civilizados, de la mueca sociable y de la frase de amor estudiada y aprendida de memoria, destinada a ser recitada en una alcoba o simplemente en el escenario ritual de la habitación de un hotel clandestino.







PURO TEATRO cantado por La Lupe

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