Fernando Mires - LA VÍA GRIEGA HACIA LA NORMALIDAD

 12.07.2019

Cada vez que hay elecciones en algún país europeo preguntamos antes que nada cuánto ha avanzado la extrema derecha o la extrema izquierda, síntoma que delata un momento histórico cuya tónica ha sido el crecimiento de los extremos en desmedro del centro político. Pero no solo eso: no pocos publicistas han hecho referencia al deterioro del tronco de la política europea, aquel que crece desde sus tres raíces históricas: la conservadora, la liberal y la socialdemócrata.
Y bien: en Grecia, el candidato de Nueva Democracia, el conservador Kyriakos Mitsotaki, miembro de lo más granado de las elites sociales y políticas, obtuvo una aplastante victoria por sobre el carismático Alexis Tsipras y su partido Syriza. Un 39, 9% nada menos. Resultado que le permitirá gobernar sin compromisos, vale decir, sin necesidad de contraer complejas coaliciones cuyo objetivo final suele ser desfigurar el programa del candidato vencedor. En síntesis: un triunfo del núcleo tradicional de la política griega. El resultado por lo demás ya se veía venir desde las elecciones europeas del 26 de mayo.
Pudo haber sido aún peor para Tsipras. Su 31,5% le asegurará al menos una buena base opositora frente a un gobierno al que le corresponderá realizar la tercera fase del llamado “rescate” (liberalizaciones, privatizaciones, disminución del gasto social y otras medidas muy antipopulares). El primer rescate, recordemos, fulminó al gobierno socialdemócrata del PASOK y a su demagogo líder Yorgos Papandreu. El segundo rescate provocó la derrota de Alexis Tsipras, ícono de la izquierda europea ¿Qué destino traerá para Mitsotaki el tercero? Nadie puede predecirlo. Lo cierto es que hasta ahora de un rescate nadie ha salido políticamente vivo en Grecia.
Tal vez Mitsotaki puede llegar a romper la “maldición del rescate”. Al menos reúne dos condiciones que no tuvieron sus antecesores. La primera: Nueva Democracia es un partido de derecha y por lo tanto se espera que realice una política de derecha, por lo menos sobre el plano económico. A diferencias de Tsipras quien pese a haber llegado al gobierno como representante de un partido de extrema izquierda (el Chávez griego, titularon los periódicos el día de su victoria del 2015) hubo de realizar las restricciones sociales que imponía el segundo rescate. En honor a Tsipras hay que decir que merece el respeto de sus propios adversarios pues durante su mandato demostró lo que pocos políticos suelen poseer: un sentido de responsabilidad que lo obligó a anteponer la realidad del país por sobre sus convicciones ideológicas, aún a riesgo de trabajar para su propia derrota, como definitivamente ocurrió. La segunda condición es más importante: la derecha representada por Mitsotaki no es una derecha extrema.
Mitsotaki – con sus correspondientes títulos en Harvard y Stanford - pertenece a una nueva especie de la política europea a la que podríamos denominar, por muy raro que parezca, “conservadurismo social”, especie cuyo mejor exponente es Angela Merkel. Quiere decir: un conservadurismo que asume la defensa de los derechos humanos, otrora reducto de corrientes liberales, y que no se niega a realizar aperturas hacia “lo social”, hasta hace poco monopolio de los partidos de corte socialdemócrata. En otros términos, aquello que ha tenido lugar en Grecia gracias al triunfo de Mitsotaki, es el fortalecimiento del centro político al que pertenece Nueva Democracia y en cierta medida el “socialdemocratizado” Syriza, partido que lentamente ocupará el lugar abandonado por PASOK. Hay incluso indicios que apuntan en esa dirección. Uno de ellos es el acercamiento tras bastidores entre Syriza y el nuevo partido socialdemócrata llamado KINAZ donde milita (milita, no dirige) Yorgos Papandreu. En breve: lo que parece tener lugar en Grecia es el nacimiento de un bi-partidismo orientado hacia el centro a cuya derecha encontramos a Nueva Democracia y a cuya izquierda Syriza + KINAZ. La derecha representada por un conservador-social y la izquierda por un socialista pragmático. ¿Qué mejor?: una estructura política estable destinada a normalizar políticamente al país mediante el principio de la alternancia en el poder. En ese sentido la normalización política de Grecia podría incluso crear las condiciones para su normalización económica siempre y cuando el país llegue a contar con el apoyo y solidaridad de Europa. Ojalá los burócratas de la UE tomen noticias de ello. Grecia no solo es políticamente importante. Su eterna rivalidad con Turquía y su pertenencia al mundo de la ortodoxia cristiana, con influencias en Rusia, confieren al país una importancia estratégica fundamental para todo el continente europeo.
Hay, además, otra buena noticia: los nazis de Amanecer Dorado perdieron en las elecciones del 7 de julio su acceso al parlamento (2,96%). No es poca cosa. Grecia, cuyas condiciones económicas son más precarias que las de Italia, y que por su ubicación geográfica sufre los efectos de las migraciones islámicas de modo más intenso que otros países del continente, ha cerrado las puertas al nacional-populismo, tanto de izquierda como de derecha. Por cierto, un fenómeno no definitivo.
Tanto hacia el lado izquierdo como hacia el derecho el predominio del centro político manifestado en las elecciones del 2019 ha dejado algunos espacios abandonados. Hacia la izquierda los comunistas con su permanente 5% y las fracciones ultras de Syriza a las que intentará atraer Mera24 (Frente Europeo de Desobediencia Realista) fundado por el excéntrico economista Yánnis Voroufakis (3,5% de los votos). Hacia la extrema derecha, los restos que deja el derrumbe de Amanecer Dorado intentará recogerlos un nuevo partido llamado Solución Griega caracterizado por un nacionalismo extremo, confesionalmente ortodoxo y sobre todo pro-ruso, factor este último que le garantiza un apoyo material que no tuvo Amanecer Dorado. Su líder Kyriakos Velópulos ha logrado superar incluso a la homofobia del régimen Putin. Entre otras lindezas exige la pena de muerte a los homosexuales. Aberraciones que, siendo minorías, son también parte de la normalidad del nacional-populismo de Europa.
Lo más importante: Grecia desde el 2019 ha dejado de ser la excepción a la regla europea. En sus logros y en sus carencias está a punto de ser -políticamente hablando- una nación tan europea como las demás. Más para bien que para mal.

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